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Una experiencia abierta a la ciudadanía: una invitación a pensar la historia, actuar en el presente y proyectar el futuro.
El sol cae sobre el Camino Real, un trazo de polvo que se extiende hasta donde la vista se pierde. Es 1630 y una carreta avanza lentamente, como si el tiempo ahí tuviera otra velocidad. Dos bueyes la arrastran. Su marcha es densa, pesada. En la caja de carga, dos cajones de madera; dentro, dos imágenes de la Purísima Concepción de María, frágiles figuras de barro cocido. Van rumbo a Sumampa, en Santiago del Estero. Pero a mitad de camino, en un paraje llamado El Árbol Solo, los bueyes se detienen. La carreta no se mueve más.
NADIE DICE NADA PERO TODOS LO ENTIENDEN: AQUÍ, LA VIRGEN SE QUEDA, Y ASÍ, LUJÁN INICIA.
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El nombre llegó después: Luján. Aunque existen varias teorías sobre su origen, la más aceptada es la que lo vincula con el Capitán Pedro de Luján, quien murió cerca del río en 1536 durante una expedición.
Desde aquel milagro fundante, Luján ha sido siempre pionera. El primer camino internacional, el primer movimiento gremial, el primer puente. El primer monumento a Belgrano y a Malvinas. El primer cabildo en adherir a la Revolución de Mayo. La primera escuela de la provincia, la primera comisaría, el primer hallazgo paleontológico en Argentina. En Luján se dio el primer hito de una patria aún sin nombre, pero gestada en la voluntad de esos gauchos que, convocados por Pueyrredón, defendieron esta tierra del embate del imperio británico.
«NO FUIMOS TESTIGOS DE LA HISTORIA; FUIMOS PROTAGONISTAS»
El relato de la segunda fundación de Luján comienza con el anhelo de un hombre. Un comerciante vasco con el cuerpo enfermo y el alma aferrada a la Virgen que presentó una solicitud simple en esencia y a la vez ambiciosa: convertir a Luján en una Villa. Un título que implicaba un reconocimiento administrativo y un lugar en el mapa del poder virreinal.
Juan de Lezica y Torrezuri, quien había encontrado en Luján no solo un hogar sino una misión, se convirtió en el arquitecto de ese sueño. La solicitud fue aprobada por el gobernador José de Andonaegui el 17 de octubre de 1755. Inspirado, quizás, por su propio milagro: una recuperación inexplicable que Lezica y Torrezuri atribuyó a la intervención divina de la Virgen.
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Sobre este suelo caminaron personajes que dejaron huella. Científicos, pensadores, visionarios. Hombres y mujeres cuya mirada se adelantó a su tiempo. Desde acá, el Doctor Francisco Javier Muñiz, espíritu investigador, enriqueció los museos de Suecia, Buenos Aires, Francia y España. Fray Manuel de Torres y la familia Ameghino encontraron en esta tierra la respuesta a preguntas que aún no habían sido formuladas. Las obras de Juan Barnech dejaron una marca indeleble en el desarrollo urbano. Julio Steverlynck, un belga visionario, impulsó el crecimiento industrial y forjó un estado de bienestar en Jáuregui. Mientras que la educación se consolidó con el aporte de Adelina María de Bértola, una mujer clave en la historia local. Será por eso que Enrique Udaondo reunió una de las colecciones más importantes de América del Sur: no para encerrarla en vitrinas, sino para mantener viva esa conversación entre el pasado y el presente.
PORQUE LA MEMORIA NO ES ESTÁTICA; ES UNA CORRIENTE QUE NOS IMPULSA SIEMPRE HACIA ADELANTE.
Hay momentos en los que una comunidad se enfrenta a su propio reflejo y, a veces, lo que ve no es lo que soñó ser. Luján, durante varias décadas, se fue alejando de su esencia, acostumbrándose a una versión más apagada de sí misma. Lo que una vez fue una ciudad pionera, con un alma vibrante y un espíritu inquieto, comenzó a conformarse con menos. Un Luján chato, apocado, sin vuelo, donde las oportunidades parecían diluirse.
SIN EMBARGO, HASTA EN LOS MOMENTOS MÁS OSCUROS, ALGO LATÍA BAJO LA SUPERFICIE: NUESTRO VERDADERO ADN.
Las comunidades que trascienden son las que se atreven a soñar en grande y trabajan sin descanso para hacer realidad esos sueños; para dejar una huella y un legado que inspire a los demás. Hoy, estamos en el umbral de una oportunidad que no admite demoras. Un tren que pasa una sola vez y tenemos una única opción: subirnos o quedarnos atrás. Cuatro siglos de historia nos recuerdan que acá se resistió; se soñó; se construyó. Tenemos que honrar esa herencia. Luján 400 Años es una invitación a celebrar nuestros logros y a imaginar algo más grande, algo que perdure, algo que cambie la forma en que vivimos y en que nos vemos a nosotros mismos.
EL TIEMPO DE LAS DUDAS YA PASÓ.
ES MOMENTO DE IR POR MÁS.